viernes, 18 de octubre de 2013

ANÁLISIS DEL POEMA LIBRERÍA ENTERRADA


¿Qué libros son éstos, Señor, en nuestro abismo,                

cuyas hojas
Estrelladas pasan por el cielo y nos alumbran?
Verdes, inmemorables, en el humus se han abierto, 
quizás                                                                                           (5)
Han acercado una oración a nuestros labios,
O han callado tan sólo en sus sombras, cual 
desconocidos.
Naturaleza que ora aún en ellos, a sus signos
De hierro se arrodilla, con flores en el vientre,                                (10)
Por el humano que al pasar no los vio en el polvo,
No los vio en el cielo, en la humedad de sus grutas,
Y se vinieron abajo cual un bloque de los dioses.
Desde entonces sólo queda en ellos un verde velo
De armaduras, de brazos enjoyados y corceles que                       (15)
volvieron
A su nobleza de esqueleto entre sus hojas.
Y olmos abatidos, tunas de la guerra, gloria y rosa
Duermen también en ellos, cubiertos de invernal 
herrumbre.                                                                                    (20)
Y sólo hasta sus viejas letras muy calladamente,
La sutil retama o el lirio de la orina acuden,
Y una mano azul que vuelve sus páginas de sodio
Entre las rocas, y avienta sus escamas a la Muerte.
¿Me permitiréis, Señor, morir entre estos libros, de                        (25)
cuyo seno,
Cubiertos de aroma, mana el negro aceite de la 
sabiduría?


Segmentación

El poema se adecúa a dos modelos de segmentación: la que indica la retórica clásica, apelando a los lineamientos aristotélicos bajo la concepción de que el poema es un discurso argumentativo) y la que yo he optado, desde el plano de la enunciación, donde notoriamente se observan estos rasgos verbales de cuestionamiento, variación y punto de vista (toma de posición). De todos modos, ambas formas de segmentación tienen una estructura similar, ya que para lo que sería el exordium, estaría compuesto de los tres primeros versos, segmento el cual titulo “El desconcierto del locutor”. Ahora, para lo que sería la narratio y la argumentatio, estas se compondrían del verso cuarto hacia el verso vigésimo cuarto. Este segmento, más voluminoso, yo lo titulo “Un nuevo reino”. Finalmente, para la última parte, de lo que se compondría la peroratio, yo lo titulo “La nostalgia del reino perdido”. A continuación, detallaré mejor mi segmentación:

a) “El desconcierto del locutor”


En estos versos podemos notar un acto de habla distinto, marcado diáfanamente por los signos de interrogación. Ahora, este cuestionamiento del locutor reside en un cambio del «estado de las cosas» –como lo llamaría Greimas–; es decir, que el locutor se encuentra desconcertado porque hay objetos ajenos al estado en el que habitaba: «¿Qué libros son estos […] cuyas hojas estrelladas pasan por el cielo y nos alumbran?». Definitivamente, el locutor ha percibido elementos extraños que lo han perturbado, tanto ha sido el impacto que el vocativo «Señor» (aludiendo a la divinidad creadora de mundos, al omnisapiente) da rastros de que el locutor necesita una explicación absoluta.

b)      “Un nuevo reino”


En los siguientes versos, podemos observar una especificación de estos elementos-agentes de la turbación del locutor. Como el poema se inscribe dentro de la etapa neosimbolista de Eielson, es evidente que su descripción tendrá elementos extraordinarios y distintos en relación a nuestro mundo. Hay una fuerte alusión (que veremos posteriormente) de que estos libros (como alegoría de la sabiduría), han descendido al «abismo» y que han perdido una guerra: «No los vio en el cielo, en la humedad de sus grutas / Y se vinieron abajo cual un bloque de los dioses […]Y una mano azul que vuelve sus páginas de sodio / Entre las rocas, y avienta sus escamas a la Muerte».

c)       “La nostalgia del reino perdido”


Finalmente, después de esta turbación del locutor y de esta resemantización del mundo donde convive nuestro locutor, percibimos, nuevamente, esta alusión al ente creador de mundos («Señor»), haciéndose explícita la petición del locutor: «¿Me permitiréis, Señor, morir entre estos libros, de / cuyo seno, / Cubiertos de aroma, mana el negro aceite de la / sabiduría?». Entonces, visualizamos claramente que este estado natural (caótico) del cual no sabemos su configuración exacta es el que desplaza al otro, al mundo de los libros de la sabiduría, al que podríamos ubicar bajo el régimen de lo cultural, ese mismo que fenece. Sin embargo, el locutor no le encuentra sentido a un mundo donde se exime del componente cultural; es decir, el locutor pide la muerte compartida de la cultura con su existencia.

Figuras retóricas

Con respecto de los campos figurativos, hay una fuerte influencia y predominio de la metáfora:

  • El nuevo reino se vincula con lo natural («Naturaleza que ora aún en ellos […]»)
  • La alegoría de la cultura y la sabiduría se expresan en estos «libros estrellados», donde se ve poco a poco a los libros resemantizados con los semas de la cultura.
  • La idea de mitificación (por parte del locutor) de estos objetos-libros que son comparados tanto como un «bloque de los dioses».


En la antítesis, vemos esta contradicción de las sensaciones y del conflicto protagónico de nuestro segundo segmento:

  •           Los «libros estrellados» que «alumbran», «verdes» (variaciones de la influencia natural), «la humedad de sus grutas», «mano azul» (entendiéndose por este elemento natural, estos coletazos marítimos donde para seguir con la metáfora, apela al armazón de los libros como «escamas»).
  •           Esta oposición que encarna la lucha del eje temático del poema: Lo Natural Vs. Lo Instrumental. El poema podría considerarse antitético, ya que al reconfigurar el mundo del poema, este ejerce un conflicto liderado por dos esferas conceptuales dicotómicas.


Finalmente, para ejemplificar un campo figurativo más, vemos el de la elipsis:
  •  Hay un intento de volver este discurso más fluido, es por eso que la elipsis es notoria cuando se eluden los sintagmas nominales: «[los libros] Verdes, inmemorables […]», además, cuando se refiere nuevamente a los libros: «Y se vinieron abajo cual un bloque de los dioses». Finalmente, hay un reemplazo deíctico muy recurrente («ellos» por los libros estrellados) que nos da la idea de que poco a poco deviene esta muerte, ya que la presencia de los libros estrellados va minimizándose, menoscabándose y muriendo finalmente.

Locutores
Con respecto a los locutores, aquí vemos un locutor personaje por momentos, este se hace evidente cuando esta configuración de un nuevo cosmos esta por afectarlo («Han acercado una oración a nuestros labios»); posteriormente, el locutor queda exento de la escena, como un simple observador, que solo tiene la función de describir este conflicto que se está llevando a cabo. El alocutario también tienes dos configuraciones, puesto que en el primer y tercer segmentos, vemos que el alocutario queda configurado a partir del vocativo “Señor” (principio de todos los mundos). Y, finalmente, en la parte intermedia, los alocutarios no están representados, ya que deja a la arbitrariedad la personalidad del alocutario; lo que sí existen son dos claros personajes simbólicos que desencadenan una lucha.

Cosmovisión
Finalmente, la cosmovisión del poema es clara, puesto que, primero, vemos el desconcierto del locutor ante estos cambios violentos que subyacen a su mundo. Segundo, vemos aquí el conflicto de dos mundos, semánticamente opuestos, que desencadena la muerte de uno de ellos. La victoria de uno de estos es el motor de la decisión del sinsentido de la vida del locutor, puesto que el punto de vista del locutor es compatible y factible solo desde la hegemonía cultural que acaba de morir; por lo tanto, existe cierta nostalgia al mundo que ya transitó, donde la sabiduría era el principal eje de gobierno.